30 de diciembre de 2010

Diario de Viaje. Día cuatro.

La nieve se acaba de derretir en el cementerio Père-Lachaise. Apenas ayer la entrada estaba prohibida para evitar los resbalones de los curiosos y los dolientes. Las tumbas están hoy un poco menos frías entre los árboles y las hierbas pisadas por años; tanto que parecen otra cosa. Vengo en busca de canciones que acompañen a esta mañana y sombras de quienes existieron hace tiempo pero me siguen acompañando y alumbrando hoy. Me vengo buscando a mí. Aquí estamos todos reunidos y venimos a pasear entre el viento.



Encuentro la tumba de Jim Morrison después de muchas vueltas equivocadas. Me parece modesta y apretujada, como si hubiera llegado ahí a trompicones, a un lugar que no era el suyo. Reposan con él los sueños de muchos, incluidos los sueños heredados por mi generación. Lo más triste de verlo ahí entre los cientos de tributos anónimos es que James Douglas Morrison no vivió para ver la belleza de esta mañana, ni las chicas que lo quisieron conocer.




Visité también a Paul Éluard. No hay tumbas tan solas como las de los poetas, pero tampoco a ninguna la mece así el viento:




Encontré apellidos olvidados, maravillosos y enigmáticos como la familia "Río-Negro". Coloqué piedritas sentimentales encima de Proust y de Petrucciani; me topé con Chopin, con Arman y con un grandilocuente y ridículo Miguel Ángel Asturias que se hizo sepultar debajo de su firma, de la enumeración de premios recibidos y de una estela maya de dos metros que resalta como el resabio rancio de un prehispanismo viejo y aburrido. Me conmovió que Edith Piaf descanse hacinada en una tumba pequeña entre tantos otros familiares, de esos que fueron invisibles en su vida. El reciente Claude Chabrol descansa en una tumba sobria que ha sido decorada hermosamente por las hojas que caen del árbol vecino.






Père-Lachaise es un resabio de calma, un laberinto sentimental donde se escuchan los gozosos pasos de quienes descifraron la vida antes o después de idos.




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La Maison Rouge alberga la exposición "Les reserches d'un chien", una maravillosamente curada exposición colectiva, imaginada a partir del cuento homónimo de Franz Kafka que, con obras de artistas tan diversos como William Kentridge, Santiago Sierra, Lorna Simpson, Jeff Koons, Sigalit Landau y Stephane Sidet, entre muchos otros, explora las fronteras entre la realidad, la imaginación y la percepción, para preguntarse en última instancia qué significa existir y estar vivos.

Nota: el duro piso de cemento pulido de la Maison Rouge ha dado muerte prematura a mi cámara. Este Diario tratará de escribirse sin ella. Intentaré ver sólo escribiendo. Algo me va a faltar por mucho tiempo. :(

1 comentario:

  1. eso ultimo no esta muy chido hemos perdido los ojos de una cronica de viaje que nos permite viajar contigo

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