26 de noviembre de 2010

Postal del corazón nuevo.




Esta postal se ha abierto paso a través de las historias, y de los cajones y de las casas y de la suerte, desde el 23 de diciembre de 1921, hasta tus manos. Celebra el nacimiento de un corazón: una chica cumple dieciocho años. Tiempo que viaja con una esperanza.


“Dieciocho. Tú que joven,
Regando flores vienes:
Dichosa porque tienes tranquilo el corazón.

Que siempre se realicen
Los sueños de tu vida:
Para que nunca pierdas
La fe del corazón.

Que en tu camino encuentres
un ser que te comprenda:
Y unidos tengan siempre
Guirnaldas del AMOR”


Esta postal es para ti, que me has dejado nuevo el corazón.

25 de noviembre de 2010

Dos lloviendo.




Detrás de nosotros quedó el horizonte. Venimos acá para exhibir nuestro llanto. Estamos hechos de lágrimas grises y llorando venimos a llorar. Hemos sido dos, compartimos el sol, el cielo, el mar y el viento.

Sin quererlo, recuerdo que un día dijiste que nunca llorarías por esto. Para saber que lloras basta con conocerte por dentro. En el mar donde lloras llenecito está de tus lágrimas, mecidas por el viento.

Para qué esconder tanto el llanto cuando hay razones de sobra para ello: el perro de la calle, tu corazón podrido, los sueños invisibles que se van rompiendo en silencio, lo que nunca seremos, lo derruido, lo fácil, lo muerto y lo vivo, los rincones sin luz, las esquinas donde no dobla el viento, los que nunca se quedan sin aliento, lo que se va haciendo viejo.

Y así nos vamos resignando hasta que entender que llorando se va viviendo.

22 de noviembre de 2010

El mar desde acá.



Hoy hago lo que debí hacer mucho tiempo atrás: me rindo, ondeo una bandera blanca desde mi barca de madera que no aguanta más. La dejo a su suerte, a lidiar con las peripecias del mar y me hago hombre de faro. Voy a ver el mar desde acá. Hoy el mar me rebasa, me ha dejado de acurrucar, se ha puesto en plan de lucha encarnizada a la que no asistiré. Me retiro al faro a seguirme imaginando el mar como la primera vez que lo conocí; prefiero contemplarlo, transformado a la distancia en suavidad, en brisa, sin conocer las corrientes escondidas que lo someten por dentro. No tengo energía para aventarme a luchar cuerpo a cuerpo ahora que el mar se ha volcado contra mí, queriéndome demostrar su fuerza, su vigor, su crueldad. Nunca he sido rival de altura para él; he preferido siempre ser su cómplice. Desde el faro lo dejaré estrellar su furia contra las rocas y rugirme a lo lejos.

Es sabido que el mar puede ser cruel e implacable; se requieren de murallas más portentosas que la mía para contenerlo. Hoy todas mis murallas se derrumban, no aguantan más. He sido reducido a ruinas antes por el mar. No podría levantarme hoy de un tercer embate de su tempestad. Hoy que el mar arrebatado grita sus humores y me arroja su venganza, no quiero ser empujado perennemente a un exilio terrestre; quiero ser siempre un hombre de mar. Y por eso hoy escojo el terreno neutral del faro, habito el mar sin someterme a él, lo miro de lejos, lo siento en la piel. Conservo así intacto el recuerdo que tengo de esa temporada del mar, tiempos de calma en que era el hogar que me prometió un universo azul cada tarde. Desde el faro espero un mejor tiempo para hacer mi camino de regreso al mar. 

21 de noviembre de 2010

La utopía según Germán Dehesa.




“Por mucho tiempo me cayó bastante mal este asunto de la utopía, pero se me acaba de ocurrir que la utopía sí existe y que nosotros somos el cumplimiento de la utopía de nuestros antepasados. Cuánto mejor y más importante se siente uno si se sabe heredero directo de los sueños, los proyectos, la voluntad de felicidad, las posibilidades e imposibilidades de nuestros antepasados. Nada de aquello se ha perdido, nosotros no provenimos de la nada, o de la casualidad, ni vamos a la nada o a la confusión. Somos la utopía de nuestros abuelos y de sus abuelos. Por mi boca pueden ser enunciadas las palabras dignidad, gozo, amistad, terror, rechazo, como quizá ninguno de mi sangre pudo pronunciar. Esto me da enorme jerarquía. No somos, como tantos poderosos quisieran, una gente cualquiera. Ninguno lo es; ninguno debiera serlo. Somos la posibilidad de cumplimiento de una utopía colectiva. Si mis proyectos de vida, de iluminación y de felicidad fracasan, estoy posponiendo los sueños de los que fueron antes de mí y les estoy negando el sosiego.

Quizá el error de tantos ha sido pretender la salvación unánime de toda una colectividad. Eso no está a nuestro alcance. Creo, necesito creer, que mi salvación (en el enorme sentido cósmico de la palabra) la puedo obtener si me hago digno de tanto sueño y tanto proyecto que pululan por mi sangre. Sólo así, poniéndome a la altura del secreto mandato de mi raza, podré ser una utopía cumplida. Si lo logro, tendré con qué heredarle a los que vienen después de mí, las semillas de un paraíso”.

- Germán Dehesa.

20 de noviembre de 2010



Los búfalos.


Dicen que los búfalos se encaminan al precipicio buscando su propia muerte. Dicen. Van corriendo hacia el despeñadero persiguiendo su sueño final, su último momento. Se detienen ante un panorama majestuoso de pasto, planicie y cielo; saben que más allá está la nada, la última promesa. Y en el momento adecuado, arrancan a todo brío hacia el final del horizonte y pegan el último salto.

Van cayendo los búfalos al precipicio entre el aire y las nubes, en medio del paisaje que se avanza a toda velocidad. ¿En qué irán pensando los búfalos mientras caen? Quizá en que nunca conocieron el mar. Quizá en que su encierro terrestre les fue insuficiente para el tamaño de sus sueños. Quizá por eso deciden volar. Y allá van los búfalos con sus sueños enloquecidos buscando su última libertad: lanzarse al aire buscando otra suerte y otro estar; persiguiendo los sueños que echaron a volar.

Están estos búfalos imaginando el mar. Imaginándose entre las olas y la espuma, pensándose nadar. Quizá por fin sean estos búfalos los primeros en no buscar ese destino final. Quizá estos búfalos han sabido, por fin, llegar.