12 de diciembre de 2010

El consuelo del domingo.



En domingo, las cosas y los parques reposan de forma distinta bajo la luz de la tarde. El domingo es, a veces, una forma de la quietud, de escuchar nuestros pasos contra la piedra, de ver al instante desmoronarse entre hojuelas de tiempo iluminado.

Quizá la verdadera vocación del domingo sea terminarse; el día se va haciendo paso a través de sí mismo. El domingo tiene siempre prisa de ser otra cosa, de olvidarse, de dar paso a lo nuevo. El domingo es una pausa y un recomienzo que se resume a veces en calma, a veces en angustia, a veces en quietud. Las horas del domingo son siempre interiores; el domingo es el día que se vive desde dentro.

Hay almas que salen a encontrarse en domingo; las almas sin reposo, las almas en soledad, las almas sin consuelo. Los amigos en busca de amigos a los que la quietud les ha sido negada o arrebatada. Y salen buscándose bajo la música, en una mesa, a través del viento y de la noche, buscando algo caliente: una merienda, un rostro, un abrazo: el verdadero consuelo del domingo.

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