31 de julio de 2011

El vértigo de la nostalgia.

(Esto, cada vez más, se lee con música, se entiende con música. Así se siente. Apriétale PLAY allá abajo, lector. Ve las imágenes y piérdete por ahí. Lee la letra de la canción. A ver si encuentras esa belleza que yo siento que está ahí, siempre, un paso más allá, entre todo)





La nostalgia es un vértigo, un incesante momento en el que estamos parados en medio de un mundo de cabeza, alterado; un mundo en el que lo único ya reconocible somos nosotros entre el sentimiento a punto de caerse encima nuestro. La nostalgia es un sentimiento que ya no encaja con el mundo pero lo habita; es el último hálito de ese mundo que se fue. Es un homenaje a nuestro corazón de entonces. La nostalgia es desear que el tiempo no pase, que no haya pasado; es quedarse para siempre en un instante. La nostalgia es seguir amando un mundo vuelto al revés.

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Farther Along

Farther along we’ll know all about it
Farther along we’ll understand why
Cheer up my brothers, live in the sunshine
We’ll understand this, all by and by.

Tempted and tried, I wondered why
The good man died, the bad man thrives
And Jesus cries because he loves em’ both
We’re all cast-aways in need of ropes
Hangin’ on by the last threads of our hope
In a house of mirrors full of smoke
Confusing illusions I’ve seen

Where did I go wrong, I sang along
To every chorus of the song
That the devil wrote like a piper at the gates
Leading mice and men down to their fates
But some will courageously escape
The seductive voice with a heart of faith
While walkin’ that line back home

So much more to life than we’ve been told
It’s full of beauty that will unfold
And shine like you struck gold my wayward son
That deadweight burden weighs a ton
Go down into the river and let it run
And wash away all the things you’ve done
Forgiveness alright

Chorus

Still I get hard pressed on every side
Between the rock and a compromise
Like the truth and pack of lies fightin’ for my soul
And I’ve got no place left go
Cause I got changed by what I’ve been shown
More glory than the world has known
Keeps me ramblin’ on

Skipping like a calf loosed from its stall
I’m free to love once and for all
And even when I fall I’ll get back up
For the joy that overflows my cup
Heaven filled me with more than enough
Broke down my levee and my bluff
Let the flood wash me

And one day when the sky rolls back on us
Some rejoice and the others fuss
Cause every knee must bow and tongue confess
That the son of god is forever blessed
His is the kingdom, we’re the guests
So put your voice up to the test
Sing Lord, come soon

Chorus




2 de junio de 2011

Roy, 29.5.2011

                                                                                           
                                                                                                                                           para Ana Sofía


Entiendo que mis días puedan ser a veces una melancolía, un esfuerzo constante por asomarme a través de las nubes de mi corazón. Cuando eso pasa, camino. Camino mucho, y bailo y canto por las calles. A veces lloro un poquito también y escribo. Trato de poner en imágenes una idea aproximada de mi corazón; trato de recrear una emoción que es mía. Otras veces, mis días se pueden tratar de rodearme de la belleza y la calma que ésta trae. Estos días me siento profundamente en paz con toda mi historia y con la historia de todos, mientras camino en un museo y veo lo que las personas han sido capaces de transformar en ellas mismas para hablarnos de sí. En un día como estos debe haber sido que Sam Mendes filmó la famosa e injustamente ridiculizada escena de la bolsa levantada por el aire en una banqueta. Así fue la forma que Sam Mendes encontró para decirnos que la belleza a veces es demasiado. Me gusta cuando me pasan esos días, cuando siento que hay belleza en todos y en todo: me convenzo de que podría amar a todo el mundo, así fuera en un instante específico de su persona, en un preciso encuentro. Esos días una imagen como esta me puede parecer bella y llena de algo:

Tengo tantos otros días que puedo explicar con imágenes, que las palabras no vienen o no quieren y entonces recurro a fotografiar quizá para no olvidarme de ellas, quizá para aprenderlas a ver cuando son cosas. Hay días cuyo mapa se puede hacer fotografiándolo; fotografiando su luz y sus objetos, sus tantos momentos, retratando al que fui entonces. Es en estos días que me siento en orden cuando pinto mi nombre en la pared de una exposición con un nombre quizá demasiado bello: La exposición que se desvaneció sin dejar rastro. No sé si tomarlo como un aviso, como una vocación, o como un destino. Quizá soy ese que vino para desvanecerse sin dejar rastro; para formar parte de lo escrito y luego irse siendo para siempre otro en todos; para escribir mi biografía condensada en un nombre que nada le cuenta al siguiente que se pose junto al mío, aunque quizá todos los que compartimos la pared sepamos que ella carga con todo lo que traen nuestros nombres. En esta pared me siento parte de miles de historias que nadie entendió. Cuando veo el mío, creo saber que sólo yo me traduzco.


Así es mi 29.5.2011 hasta que al final de él, llegan las palabras que siempre encuentran un emisario. Entonces eres tú que me traes a Franzen con su alegato de amor en Liking is for Cowards. Go for What Hurts. Franzen que mira a las personas más allá del narcisismo y aboga por quererlas por quien son, en toda su divina complejidad y contradicciones. Y entonces entiendo de dónde viene mi paz de estos días: de dejar la rabia, de entender mi amor, de la paz de amar y haber amado siempre como los mejores, de haberme permitido y permitirme amar en completa sintonía con toda nuestra mierda, la carnita de lo humano.
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There is no such thing as a person whose real self you like every particle of. This is why a world of liking is ultimately a lie. But there is such thing as a person whose real self you love every particle of. And this is why love is such an existential threat to the techno-consumerist order: it exposes the lie.
The prospect of pain generally, the pain of loss, of breakup, of death, is what makes it so tempting to avoid love and stay safely in the world of liking. And yet pain hurts but it doesn’t kill. When you consider the alternative —an anesthetized dream of self-sufficiency, abetted by technology—pain emerges as the natural product and natural indicator of being alive in a resistant world. To go through life painlessly is to not have lived…To consign yourself to liking, to merely taking space on the planet and burning up its resources is being (and I mean this in the most damming sense of the word) a consumer.
                                                     -- Jonathan Franzen

29 de mayo de 2011

The Distance Bewteen You and Me

The Distance Between You and Me (11), de Gonzalo Lebrija.

Todo está a la mano. Basta con correr, basta incluso con imaginar que corremos para tocarnos. Cerrar los ojos. Correr en silencio, entre todo el silencio: la distancia que somos tú y yo. Quizá eso más que otra cosa. Y el silencio como lo canta The National, también.


26 de mayo de 2011

El animal sobre la piedra



Me encuentro con Daniela en un café. Tiene unas manos nerviosas y una voz que se demora en llegar; hay algo en su manera de sentarse a la mesa que consuela y tranquiliza. Su mirada tiene algo que penetra a quien la pesca y que siempre está viendo más allá. Al mar, quizá. Daniela tiene un bolso demasiado grande, de esos que a veces cargan las mujeres. Antes del café anuncia que me tiene un regalo. Ella dice que es un animal; yo veo que también es un libro. Toma mi pluma prestada y lo dedica como una celebración a mi sonrisa.

Al igual que Daniela juega en su boca con las palabras al hablar, su libro es un gran festejo de las palabras y de las sensaciones que traen. Llego a pensar que cada palabra está escrita por algo, por todo lo que comunica y lo que inventa, por el mundo que crea a partir de que es pronunciada. Alto. Me equivoco. Las palabras de este libro no comunican, acarician. Sí, para eso están ahí.

El Animal Sobre la Piedra es el viaje de una mujer transformada por el dolor. Una mujer que siente en la piel y en lo más profundo de ella misma, las marcas de una ausencia, de una pérdida, de un lugar que no lo es más. Irma, como tal vez se llame esta mujer, es una mujer que se transforma para protegerse, para hacer menos reconocibles sus partes más vulnerables; que sabe que nunca emergemos los mismos después del dolor; que hay una parte que se pierde una vez que dejamos de habitar un mundo que ya no es tal, que terminamos siendo siempre otros, y que a veces tenemos las marcas en la piel para contarlo, para llevar registro. Es verdad que todos vamos de transformación en transformación. A veces por la alegría, muchísimas otras, quizá más de las necesarias, por el dolor. Esta es la historia de un viaje a través del dolor y la pérdida para desembocar en una mujer.

Esta mujer está convencida que pertenece al mar, que es ahí donde encuentra su origen, y que no puede estar completa sin él. Hasta él va para reencontrase con la esperanza. Ella es una mujer de otra especie que no puede sino regresar a ese lugar de donde un día salimos todos, el lugar donde somos semejantes, el lugar que casi todos abandonamos y al que pocos se atreven a regresar buscando quizá su mejor y más escondida parte: el pálpito más original de su corazón. Ella va hasta esa orilla del mundo para encontrarse con la que siempre ha sido: ahí, entre las olas del mar.

Toda expedición hacia la transformación implica un encuentro. En toda metamorfosis hay alguien que nos ve, alguien que nos reconoce más allá del dolor; alguien que quizá nos ha conocido desde un antes sin tiempo y que no se sorprende de nuestras mutaciones más brutales, de la forma en que incluso nuestro cuerpo ha sido alterado por la pena. En  todo viaje hay alguien nuestro desde siempre; alguien que nos carga, alguien al que podemos decirle “tengo hambre”. Hay en toda aventura alguien que sabe escribir y deletrear y pronunciar nuestro nombre. Nombrarnos es reconocernos. Alguien que desentraña ese que somos y que por eso tiene la certeza que morirá sin conocernos del todo. Ese Alguien que de tanto que me ve, me entiende lejano, extranjero, otro. Alguien que nos sabe con la lengua o con alguna parte del cuerpo; que no nos puede traducir pero que nos reconoce.

La Editorial Almadía, el jardín donde se posa El Animal Sobre la Piedra, anuncia que este libro “pertenece a la Colección Mar Abierto, donde se da cabida a los viajes que descubran islas inexploradas o transmitan la experiencia de la inmensidad oceánica, que hace posible la navegación”. Este es un libro sobre la gran experiencia del mar, de ser mar, de pertenecer al mar, de todas las cosas que son a su amparo y bajo su memoria.

30 de marzo de 2011

Whatever Works


La escena final de Whatever Works, (Woody Allen, 2009) nos  da una imagen, así sea pasajera, del lado más suave de su creador quien, en sus años finales, nos ofrece una reflexión acerca del valor de la autenticidad y una reivindicación de ese territorio común detrás del cual estamos todos: el amor. Woody Allen filma una película abundante en tonos pasteles que parece enseñarnos que la felicidad, siempre escondida detrás de innumerables engaños, se inventó para ser arrebatada. La felicidad es para los valientes. La felicidad parece ser también un testimonio de quién fuimos, un legado del corazón que nos supimos inventar; quizá también un asunto de suerte y una búsqueda. La felicidad es esa tenacidad que se provoca en el empeño de ser implacables con nosotros mismos y con los demás, preservando la capacidad ser sorprendidos por la ternura que está siempre a la vuelta de un momento.


I happen to hate New Year’s celebrations. Everybody desperate to have fun, trying to celebrate in some pathetic little way. Celebrate what? A step closer to the grave?  That’s why I can’t say it enough times: whatever love you can get and give, whatever happiness you can filch or provide, every temporary measure of grace: whatever works. Don’t kid yourself, this is by no means all up to your human ingenuity, the bigger part of your existence is luck than you like to admit. Christ! You know the odds of you father’s one sperm from the billions finding the single egg that made you? Don’t think about it; you’ll have a panic attack”.

23 de marzo de 2011

Le pongo una mascarilla a un texto que no puedo completar y así leo trozos del que fui en el año que huimos de todo



Ignoro si sea una suerte poder embarcarse en un año sabático a mi edad. Cuando cayó en mis manos, yo no lo había planeado así. Es igual por qué estuve un año prácticamente sin trabajar. No importa, lo mismo da. Entre todas las posposiciones de tantos otros planes, tuve entre manos el espacio que siempre añoramos cuando estamos sujetos a la inclemencia de la rutina: un espacio para mí, tiempo para lo que fuera, tiempo para ir inventando el tiempo y tiempo para ir haciéndome en él. Este fue el año que huimos de todo, del cual salí como bajando de un carrusel a media vuelta y en el punto álgido del impulso: dando tumbos. Termino raspado, emocionado, cambiado y listo. No sé para qué, pero estoy listo. Estoy listo para ser valiente. Y ahí voy…

No tengo distancia para saber qué soy aun y que fui entonces, creo saber, apenas, qué aprendí, cuáles pequeñas lecciones me fueron rompiendo y enriqueciendo el corazón, descifrar cuántos gozos hubo y cuáles penas me ahogaron, de qué se trató saber quién soy.

Aprendí:

  • Aprendí que se puede vivir de la belleza. Los momentos más felices de este año sucedieron cuando pude pasar mañanas enteras en un museo, o tomando fotos, o leyendo, o caminando muchas ciudades con ojos nuevos y sin angustia de que el tiempo se acaba.

  • A vivir sin tiempo. Me regalé la ausencia del reloj; entendí la angustia que causa saber que al otro día hay cosas que hacer y me fui dejando llevar por el flujo de los días y de sus horas sin estigmas y sin dictados. Me fui desentendiendo del reloj, fui gozando cómo el sol va pasando y se va llevando las horas.

  • Aprendí que la gente no acepta a las personas que no trabajan. Que jode el que uno esté en otro ritmo de vida. Nadie lo dice de frente pero todos sesgan de un modo u otro la mirada como lamentando, o envidiando, tu situación. Pocos saben que estás verdaderamente feliz con ello.

  • Aprendí que el dolor es implacable y que siempre llega. Que es una de esas sensaciones que no nos termina por dejar nunca; una constante de la vida. Ese ese hueco en algún lugar entre el pecho y la panza, una punzada constante, un espasmo a la sola mención o lectura de un nombre.

  • Aprendí que hay gente que no entiende del dolor ajeno, que es incapaz de reconocer cómo lastima, y que lastima en lo más íntimo, con esos lances de consecuencias que nunca sabremos bien cómo son o qué tal se manifiestan pero que siempre quedan. Ignoro si es así la parte más oscura del corazón humano y si haya personas que están destinadas a ese tipo de incendio. Pero sé que existen, mi corazón lo sabe de sobra.

  • Aprendí que soy buena gente. De veras que lo soy. No sé si esté mal que lo diga, pero quise a los peores en medio de lo peor. Puedo decir en calma: aquí se quiso, sea lo que sea, seas quien seas. Y eso no me lo arrebata nadie, es para mí, para siempre, un testimonio de quien soy.

  • Aprendí que la gente me perciben de forma totalmente diferente  a como me entiendo yo. A veces creo estar loco, a veces me digo que quizá soy absolutamente autocomplaciente, pero me digo que no: tengo una buena idea de quién soy. Nadie me conoce como yo, nadie me traduce como yo. Creo que he logrado ser a pesar de todo y delante me tengo como el crítico más implacable, como el juez más duro de quien soy. Entendí que mientras me aleje de la autocomplacencia, sé perfecto quién soy de qué voy.

  • Aprendí que es imposible aburrirse, que no entiendo cómo es que alguien puede decir alguna vez que está aburrido. Tuve todos los días a mi disposición y vi lugares y leí en banquetas y bajo piedras y tantos árboles que pintaban con sombras las hojas de un libro demasiado largo de Javier Marías, vi museos y miles de obras, hice fotos y dormí casi ninguna siesta y pocas horas de más. Descubrí que las ocho de la mañana de los domingos es el mejor momento para salir a caminar porque a esas horas el sol ilumina el polvo que se levanta con el aire de la mañana. Ratifiqué que la música salva. No sé qué hubiera sido de mí sin la música-

  • Aprendí que las ocupaciones de que se va llenando uno tienen un sabor particular, un sabor que les damos sin saberlo, y que por eso cada año sabe a algo, cada lugar es un olor y una forma en que nosotros estamos en ese lugar. A veces no sabemos que nosotros vamos construyendo los lugares y las horas que habitamos con algo nuestro que nunca se traduce. Si lo pensamos y lo sentimos y lo tenemos como sabor en el paladar, eso que somos nosotros.

  • Este año perdí a mis personas más cercanas; a cuatro o cinco de ellas. No lo lamento. Todas las personas que quiero son cercanas. Y la partida de estas cuatro o cinco me ha dejado indiferente, sereno, dando espacio en el tiempo para quizá no verlos más. Puede ser que tanta pérdida me quiera decir algo de mí mismo, del mounstro en el que alguno insisten en convertirme. Lo dudo, sinceramente. Crecí aparte de ellos, ya no los reconozco, se convirtieron en personas cuya mayor vocación y devoción es perseguir una carriola en el Parque México, o personas que de repente se fueron, sin más, así como si nunca hubieran venido; o personas que no tuvieron el hambre de ser amigos y se alejaron en los peores momentos que he vivido; o personas que me enseñaron lo más oscuro de su corazón de por sí opaco. Yo creo que no he cambiado: siempre he tenido todo eso como taras de gente que no me gusta. Al menos, creo haber sido consecuente. Entre todo lo que no soy, jamás se podrá incluir la inconsecuencia. Háganle como quieran y revísense que yo me esculco todos los días. Todos.

¿Cómo saber hasta qué punto he sido transformado?


20 de marzo de 2011

Así construyo este olvido.



El mejor tuit de @Jannobannano (Alejandro Terrazas):



“Seis metros bajo tierra se me hace
mucho para alguien que no duró ni una noche en enterrar todo lo demás.”

16 de febrero de 2011

El mar en Cristina Rivera Garza


«

La deseé, decía. De inmediato. Ahí estaba el característico golpe en el bajo vientre por si me atrevía a dudarlo. Ahí estaba, también y sobre todo, la imaginación. La imaginé comiendo zarzamoras –los labios carnosos y las yemas de los dedos pintados de guinda. La imaginé subiendo la escalera lentamente, volviendo apenas a cabeza para ver su propia sombra alargada. La imaginé observando el mar a través de los ventanales, absorta y solitaria como un asta. La imaginé recargada sobre los codos en el espacio derecho de mi cama. Imaginé sus palabras, sus silencios, su manera de fruncir la boca, sus sonrisas, sus carcajadas. Cuando volví a darme cuenta que se encontraba frente a mí, entera y húmeda, temblando de frío, yo ya sabía de ella.

*
Colocó su manos derecha entre su frente y el cristal y, cuando finalmente pudo vislumbrar el contorno del océano, suspiró ruidosamente. Parecía aliviada de algo pesado y amenazador. Daba la impresión de que había encontrado lo que buscaba.
*

El océano me calma. Su masiva presencia me hace pensar, y creer, que la realidad es bien pequeña. Insulsa. Insignificante. Sin él, el peso de la realidad sería mortal para mí. El océano frente al cual viví  por tanto tiempo…salvó mi vida hasta entonces. 
*

La imaginaba, sobre todo. La imaginaba en todo instante. La imaginaba incluso cuando estaba frente de mí. No conozco, hasta el momento, mejor definición del amor.

*
Estaba en pos de algo nuevo; algo que, de alguna manera u otra, cambiara mi manera de sentir el océano.


*

Uno necesita el mar para esto: para dejar de creer en la realidad. Para hacerse preguntas imposibles. Para no saber. Para dejar de saber. Para embriagarse de olor. Para cerrar los ojos. Para dejar de creer en la realidad.

*
¿Qué sé yo de las grandes alas del amor?

* 
La parvada de pelícanos volvió a aparecer casi sobre mi cabeza, pero muy en lo alto. Me detuve a observarlos por un par de minutos. Silencio. Aire. Tiempo. Imaginé que huían de sus propias alas y, en ese momento, me llevé las yemas de los dedos a los labios tratando de encontrar las huellas de algo que uno presiente lejos en el tiempo. Sí, en efecto, uno retrocede. Y retroceder no sirve de nada.

*
Retroceder. Algo ineludiblemente pasa en el mundo cuando uno retrocede.


*

Esperar. Que es todo un arte. Que es una verdadera imposibilidad.

*
Bajo el efecto expansivo de su mirada los dos nos hacíamos, efectivamente, cada vez más pequeños, y el espacio vacío a nuestro alrededor se ampliaba sin cesar. El vértigo no tardó en llegar. Cerré los ojos. Pensé de inmediato que se equivocaba. Que ni ella ni yo podíamos convertirnos en lo Único que Quedó. Que le había faltado contar la presencia eterna del océano. Seguramente por eso me decidí a abrir los ojos cuando en realidad no tenía el menor deseo de hacerlo. Me dirigí sin más, en línea recta, hacia el ventanal. Ahí estaba. Yo tenía razón. Quedábamos ella y yo, y un océano de por medio.

*
De alguna manera extraña toda esa serie de movimientos parecía natural: llegar a casa, tomar de la mano a una mujer cuyo rostro uno no puede recordar, sentarse con ella sobre la arena para ver el gris iridiscente de las aguas de un océano particular. Supongo que al estadio silencioso en que ambos nos sumimos se le llama tristeza. Aunque, a decir verdad, pudo haber sido cualquier cosa.

*
Somos dos náufragos en la misma playa, con tanta prisa o ninguna como el que sabe que tiene la eternidad para mirarse… hemos robado manzanas y nos persiguen… sé que estamos huyendo de este momento o de las palabras directas, de una emoción…momentos tan honda y confusamente vividos dentro de nosotros mismos… no sé decir las cosas que siento. Tal vez algún día las escriba frente a otra ventana…los únicos sobrevivientes del infierno… conserva la moneda, tu rostro y el mío, para tardes lluviosas en que el tedio pesa enormemente… ni un alma transita por ninguna parte…
»

Cristina Rivera Garza, La cresta de Ilión


True Grit y lo demoledor de la venganza



True Grit (Joel & Ethan Coen, 2010) es una exploración acerca de los confines de la venganza; un poderoso alegato acerca de su carácter devastador. La venganza es un viaje miserable hacia un terreno árido y desolador; es una aventura animada por un impulso de retribución que termina por dejarnos en trozos: en ruinas andantes, en un espectáculo de lo que fuimos y que deja para siempre petrificado, a veces con signos en la piel, el paisaje de un agravio.

La venganza es una aventura indigna de la que no hay retorno. La venganza no llega ser siquiera el desolador paisaje de una tarde de lluvia incesante, ni oscuridad pura, ni un callejón sin salida. La venganza es resignarse a no dejar de caminar nunca un sendero que no lleva a ninguna parte y que nos devolverá la repetición, en un lejano eco, de palabras que ya no tienen significado. Vengarse es resignarnos a escuchar una cantaleta vacía para siempre; caminar en un laberinto de espejos con nuestra sombra acechándonos a cada paso.

Cuando nos embarcamos en busca de venganza, nos enteramos que el que nos ha hecho daño nunca termina siendo el adversario formidable que nos imaginamos. Su insignificancia es demoledora para nuestra sed y nuestra rabia: no vale el abismo al que nos hemos aventurado. El que ha sido capaz de dañarnos de forma tan contundente, no merece recibir la fuerza más oscura de nuestro corazón; esa fuerza que es también producto de una profunda labor de amor. Aventurarse en el laberinto de la venganza merece quizá la pena solamente cuando el adversario es digno de esa imaginación, ese temple y ese arrebato. De otra suerte, estaremos entregando nuestro impulso más humano a alguien indigno de conocerlo.

El camino de la venganza rara vez se hace en solitario. Siempre existen compañeros y cómplices que terminan recorriendo ese sendero ajeno, resultando también heridos, confundidos y solos. Su compañía en esta misión puede obedecer a la lealtad, al amor, a la solidaridad o al sentido de la responsabilidad. Quizá simplemente se embarcan en ella para satisfacer impulsos propios, buscando cobrar oblicuamente lo que la vida les ha quedado a deber.

Buscar venganza es no ser tibios, es salir a buscar lo nuestro; tomar el destino en nuestras manos. Pero también es la profundización de un agravio que, por más imperdonable que sea, nos termina dejando la vida en descampado, al intemperie, sometidos para siempre al vaivén de una furia que ahora sí no se irá nunca. La venganza es no poder, no saber y nunca más olvidar aunque se quiera. Vengarse es atarse a una presencia que no se irá jamás. Ojalá tengamos la suerte de ser cobardes y nunca salir a vengarnos de nuestros fantasmas más crueles para, por fin un día, poderlos poner a descansar.

13 de febrero de 2011

Amado mar.





Hay distancias que son terribles porque representan ese amor que no fue. Ni siquiera que no fue en uno, que no fue en el otro. Ese amor que se soltó como una botella al mar y que llegó a unas manos que no la supieron o no quisieron o no la pudieron abrir y desentrañar el mensaje que viajaba en ella. Quizá sucedió que las manos fueron capaces de liberar el mensaje de su jaula de vidrio y luz pero los ojos que se pasaron por él lo descartaron o no les pareció relevante o precioso. Un mensaje desperdiciado, un texto entonces hecho de silencios por más que en él estén escritos las claves del universo. En ese mensaje desperdiciado se vuelven las distancias enormes, distancias que no son cercanías sino más bien horizontes a través del retrovisor. Entonces, hay algo consolador en no tener miedo de las inmensas distancias aun cuando parecen cercanas, tanto como reflejadas en un espejo o en la proximidad de lo contiguo.

Al final de nosotros mismos, nuestra recompensa de amor es la certeza de saber que sabemos amar, que no nos limitan ni las rejas, ni los alambres, ni los campos llenos de todo lo malo y lo duro y lo áspero y lo terrible. Es alejarse con la certeza de que amamos y que lo demás puede ser lo que sea pero al menos tenemos eso. El terrible dolor de tener nuestro amor desperdigado por tantos lados que han ido a parar al desperdicio. Todo ese amor regresa al mar, que no se va ni se queda, que siempre ha sido amado porque es el mismo mar donde todo el amor reposa, donde los viajeros y los enamorados se vuelven a sumergir en él y lo hacen nuevo. El mar que ha amado está en paz por que ha cumplido su misión de mar: a mar: amar.

Amar siempre a mar. Haber amado. El mar amado. Amar hasta volver a amar, hasta volver al mar. Mar en calma de haber amado.

Es este entonces el mensaje del mar que no habla de lejanías ni de tristes cercanías. El mar no sabe de esos mensajes; el mar sólo sabe decir, siempre acá estoy aunque tú te hayas ido, aunque tú jamás hayas llegado. 

4 de febrero de 2011

Somos otros.


Así como la felicidad y la tristeza vienen un momento, la poesía necesariamente es un momento y la fotografía es ese momento mismo: retratar un instante para después verlo de nuevo con ojos de tristeza, con ojos de alegría o con ojos de melancolía: con otros ojos. Dependerá también mucho de la música que estemos escuchando cuando esas imágenes nos lleguen de otro momento a este mismo. Así se construye un puente entre un momento que se ha despeñado hacia otro que se construye al llegar a un sitio nuevo, ante otros ojos que lo ven de nuevo.

Casi todo aquí es el indicio de una melancolía, la estética del momento, los colores agolpados en los objetos más diversos. Poética del detalle, poética del momento, armonía en el acomodo de colores que fabrican sensaciones nuevas a partir de momentos dispersos. Como en un derrumbe. Imaginemos que la montaña que visitamos a diario, aunque sea sólo con la mirada, un día cualquiera se precipita, volcándose hacia delante y hacia atrás y hacia los lados. Un poco hacia el cielo también. Intentemos luego reconocer la montaña de siempre en los fragmentos miles que han quedado tendidos como un puente quizá hacia el mar, quizá hacia la ciudad, quizá hacia otra montaña que ha quedado incólume. Para reconocer a la montaña que ahora es ruina, debemos recuperar sus trozos de tierra y de todo e intentar imaginarles instantes y arreglarlos por colores y verlos de nuevo. Este es el ejercicio de imaginar un puente donde antes había montaña.

Así nos sucede también cuando la vida nos va desmoronando. Cada traición, cada lágrima, cada amargo momento del desencuentro, es un trozo que perdemos de esa idea que somos nosotros mismos. Si alguien quisiera reconstruirnos, haría falta un alquimista, un psiquiatra y un fotógrafo. De un momento a otro ya no somos el mismo, porque la vida nos va deshaciendo y va reinventando, con fuerza y fiereza, la idea que somos. Por mi parte, quisiera encontrar los pedazos perdidos de mí mismo y arreglarlos por colores, por intenciones, por lágrimas, por olvidos, por risas, por gozos, por encuentros. Mientras me riego por la vida, espero encontrarme a mí mismo hecho otra cosa, retratado de miles de otras formas en el futuro de mí mismo.

Así encuentra Alex Dorfsman en los objetos perdidos, los instantes de otros miles de sueños que han quedado rotos o desperdigados por tantos otros lados, celebrando la vida, o llorando el olvido, hastiados de abandono, decorando paisajes que no eran el que una vez soñaron, ni al que pertenecían; objetos huérfanos en paisajes ajenos, hechos de nuevo en el instante en que alguien los miró. Esta es una de las ideas que envuelven This Mountain Collapsed and Became a Bridge 




31 de enero de 2011

27 de enero de 2011

Mar por primera vez.





Hasta acá ha viajado un niño para ver el mar. Ha hecho su camino a través de la larga noche para maravillarse de él. Nadie nunca le ha contado bien a bien cómo es el mar, pero él lo intuye inmenso; sabe que lo que irá a conocer no es como cualquier otra cosa, algo le dice que el mar es una transformación para siempre.

Llega de noche, cuando el mar es una superficie oscura y apenas móvil. Lo primero que conoce del mar es cómo habla y eso sí que es una novedad y un espanto. La voz del mar lo envuelve todo. En la noche se sobresalta y despierta porque el mar no lo deja dormir. Tadeo conoce la voz del mar como un grito y no como un arrullo; quisiera que el mar lo dejara dormir en vez de someterlo a su incesante ir y venir. Sucede que Tadeo está ansioso de ir a su encuentro. Las voces insistentes, los sonidos de nuestro mundo, deben ser conocidos si queremos conservar la cordura. Hasta esa noche, nunca me puse a pensar qué tan pesado sería escuchar constantemente la voz del mar sin antes haberlo conocido. Así, la voz del mar se parece a la de alguien que nunca vino del todo pero cuyo murmullo resulta imposible acallar. Esas ausencias de todo.

Cuando se hace el día, Tadeo corre a la orilla del mar. Ya ha visto sus nuevos colores con la primera luz de la mañana y ahora lo tiene a sus pies. Ahí viene la primera caricia del mar. Amor y mar son idénticos la primera vez: el vértigo, la incertidumbre, el miedo a lo inmenso, la fortuna de lo cambiante, el arrullo de lo constante, las corrientes ocultas que transforman en un instante lo bello en terrible. Cuando el mar se cuela en su boca, Tadeo aprende que, como el amor, el mar esconde un sabor inesperado: el mar también guarda su propio desencuentro.

Desde ese día, Tadeo sabe que sólo es posible hablar de mar en términos del mar. Una vez suyo (porque al mar se pertenece siempre), aprenderá todas las formas de imaginarlo y de evocarlo: almar, contramar, altamar, mar de fondo, mar abierto, ola, luz.

Ahí está Tadeo, buscando asirse de alguien, de una espalda fuerte, confiable y conocida, para enfrentar la primera gran aventura de su vida: el mar.