30 de marzo de 2011

Whatever Works


La escena final de Whatever Works, (Woody Allen, 2009) nos  da una imagen, así sea pasajera, del lado más suave de su creador quien, en sus años finales, nos ofrece una reflexión acerca del valor de la autenticidad y una reivindicación de ese territorio común detrás del cual estamos todos: el amor. Woody Allen filma una película abundante en tonos pasteles que parece enseñarnos que la felicidad, siempre escondida detrás de innumerables engaños, se inventó para ser arrebatada. La felicidad es para los valientes. La felicidad parece ser también un testimonio de quién fuimos, un legado del corazón que nos supimos inventar; quizá también un asunto de suerte y una búsqueda. La felicidad es esa tenacidad que se provoca en el empeño de ser implacables con nosotros mismos y con los demás, preservando la capacidad ser sorprendidos por la ternura que está siempre a la vuelta de un momento.


I happen to hate New Year’s celebrations. Everybody desperate to have fun, trying to celebrate in some pathetic little way. Celebrate what? A step closer to the grave?  That’s why I can’t say it enough times: whatever love you can get and give, whatever happiness you can filch or provide, every temporary measure of grace: whatever works. Don’t kid yourself, this is by no means all up to your human ingenuity, the bigger part of your existence is luck than you like to admit. Christ! You know the odds of you father’s one sperm from the billions finding the single egg that made you? Don’t think about it; you’ll have a panic attack”.

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