26 de mayo de 2011

El animal sobre la piedra



Me encuentro con Daniela en un café. Tiene unas manos nerviosas y una voz que se demora en llegar; hay algo en su manera de sentarse a la mesa que consuela y tranquiliza. Su mirada tiene algo que penetra a quien la pesca y que siempre está viendo más allá. Al mar, quizá. Daniela tiene un bolso demasiado grande, de esos que a veces cargan las mujeres. Antes del café anuncia que me tiene un regalo. Ella dice que es un animal; yo veo que también es un libro. Toma mi pluma prestada y lo dedica como una celebración a mi sonrisa.

Al igual que Daniela juega en su boca con las palabras al hablar, su libro es un gran festejo de las palabras y de las sensaciones que traen. Llego a pensar que cada palabra está escrita por algo, por todo lo que comunica y lo que inventa, por el mundo que crea a partir de que es pronunciada. Alto. Me equivoco. Las palabras de este libro no comunican, acarician. Sí, para eso están ahí.

El Animal Sobre la Piedra es el viaje de una mujer transformada por el dolor. Una mujer que siente en la piel y en lo más profundo de ella misma, las marcas de una ausencia, de una pérdida, de un lugar que no lo es más. Irma, como tal vez se llame esta mujer, es una mujer que se transforma para protegerse, para hacer menos reconocibles sus partes más vulnerables; que sabe que nunca emergemos los mismos después del dolor; que hay una parte que se pierde una vez que dejamos de habitar un mundo que ya no es tal, que terminamos siendo siempre otros, y que a veces tenemos las marcas en la piel para contarlo, para llevar registro. Es verdad que todos vamos de transformación en transformación. A veces por la alegría, muchísimas otras, quizá más de las necesarias, por el dolor. Esta es la historia de un viaje a través del dolor y la pérdida para desembocar en una mujer.

Esta mujer está convencida que pertenece al mar, que es ahí donde encuentra su origen, y que no puede estar completa sin él. Hasta él va para reencontrase con la esperanza. Ella es una mujer de otra especie que no puede sino regresar a ese lugar de donde un día salimos todos, el lugar donde somos semejantes, el lugar que casi todos abandonamos y al que pocos se atreven a regresar buscando quizá su mejor y más escondida parte: el pálpito más original de su corazón. Ella va hasta esa orilla del mundo para encontrarse con la que siempre ha sido: ahí, entre las olas del mar.

Toda expedición hacia la transformación implica un encuentro. En toda metamorfosis hay alguien que nos ve, alguien que nos reconoce más allá del dolor; alguien que quizá nos ha conocido desde un antes sin tiempo y que no se sorprende de nuestras mutaciones más brutales, de la forma en que incluso nuestro cuerpo ha sido alterado por la pena. En  todo viaje hay alguien nuestro desde siempre; alguien que nos carga, alguien al que podemos decirle “tengo hambre”. Hay en toda aventura alguien que sabe escribir y deletrear y pronunciar nuestro nombre. Nombrarnos es reconocernos. Alguien que desentraña ese que somos y que por eso tiene la certeza que morirá sin conocernos del todo. Ese Alguien que de tanto que me ve, me entiende lejano, extranjero, otro. Alguien que nos sabe con la lengua o con alguna parte del cuerpo; que no nos puede traducir pero que nos reconoce.

La Editorial Almadía, el jardín donde se posa El Animal Sobre la Piedra, anuncia que este libro “pertenece a la Colección Mar Abierto, donde se da cabida a los viajes que descubran islas inexploradas o transmitan la experiencia de la inmensidad oceánica, que hace posible la navegación”. Este es un libro sobre la gran experiencia del mar, de ser mar, de pertenecer al mar, de todas las cosas que son a su amparo y bajo su memoria.

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