13 de enero de 2011

Papeles de otros días.




Quita el aliento la forma que ciertos papeles tienen de viajar a través de los años y la forma en que regresan a nuestras manos. Pueden haber esperado años inmóviles en un cajón, entre cientos de papeles de otros tantos olvidos, o pueden haber encontrado su camino entre varias manos y varias calles y varias casualidades. Pero un día cualquiera, un buen día casi siempre, llegan a nuestras manos con un mensaje olvidado, con el pedazo del corazón de alguien que de pronto viene a resignificarse en días nuevos y completamente ajenos al pálpito que los hizo ciertos.

Así llegó esta carta a mí. La encuentro entre el contenido de una caja que ha sobrevivido seis mudanzas y que siempre ha llevado la etiqueta “Nostalgia”. Esta caja ha sido mudo testigo de mis cambios y mis rumbos, ha sido el paciente habitante de numerosas bodegas y espacios oscuros. Hoy que por fin la abro y repaso su contenido al azar, me topo con este mensaje de otros días. ¿Qué me dice hoy; qué me viene a contar? A quince años de haber sido escrita, creo adivinar quién fue su autora. Si ella la leyera aquí, quizá no se reconocería en estas palabras que fueron suyas y que han viajado hasta hoy.

Así lee su mensaje:  


28/Mayo
1996

Sabes, Sabina tiene razón: “incluso en estos tiempos que soy feliz de otra manera, todos los días tienen un instante en que me jugaría la primavera por tenerte delante”. Y ahora que he olvidado la razón en un cajón sin llave para descubrir esa penumbra escondida en escritos, esa exquisita sensualidad del amor que a veces se asomaba por las grietas de mi oscuro y húmedo pozo.

Si te preguntas, por qué he venido a este café, obligándome a tragar la vergüenza de citarte (recuerda que la soledad es uno mismo, sin compasión y con vergüenza) te aviso que le respuesta puede sorprenderte: VANIDAD. Aunque te suene extraño, ¿por qué debes ser tú una parte de mi ayer y yo tan solo un elemento de tu pasado?: la idea de que me olvides me aterra, así que he decidido “quedarme en tu recuerdo, no sé como ni con qué pretexto, pero quedarme con vos” y que una noche te traiciones y mi imagen penetre tu mente silenciosamente y por fin me necesites.

Es cierto, no solo he venido para que exista otra persona que no sea la tierra la que me sienta pasar, es verdad, escondo algo más que este sentimiento de inmortalidad. Estoy aquí para demostrarme que después de 3½ años ese ángel malo que se paró en la puerta de tu sonrisa, ha dejado de sembrar la angustia en mis ojos y por fin ver mi fresco retrato despojado de esos ojos duros, sin fondo y sin horizonte, dejar de engañar al mundo y retomar la búsqueda. ¿Lo diré? ¥ esta maldita búsqueda de sublimarme en unos labios ardientes, aunque sepa que esta boca es mía.

Te engañas al pensar que deseo perderme en tu mirada, al igual que te equivocas si crees que tú fuiste ese ángel malo, sabes, su llegada era inevitable, tú tan solo lo empujaste hacia mí y no miento al decir que te lo agradezco.

Solo hay algo que me confunde y, quizá, sólo quizá, sea la verdadera razón de este estúpido encuentro: ¿por qué he venido a tentar mis días sin memoria, sabiendo que así puedo resolver el pasado volviéndose mi presente?

En su confusión, en su atropellada pasión que la priva de los signos de puntuación oportunos, esta carta es un retrato de la candidez, la intensidad adolescente que habla las verdades de un amor que se nos va entre las manos y entre los días. El final del amor nunca deja de ser así: ese miedo al olvido. Entonces, encontramos consuelo en saber que, por alguna escurridiza suerte, aun somos el presente del ser amado que de pronto ya no está. Ideas de otros lados y de otra gente nos sirven para vestir nuestra vulnerabilidad, para decir calladamente, para decir apenas, lo que queremos decir a gritos: no te vayas, no te conviertas en pasado, quédate conmigo, aquí te prometo un universo.

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