4 de enero de 2011

Diario de VIaje. Mención aparte: Jean-Michel Basquiat y Larry Clark.



Viejo, despostillado, habitando un edificio bello, frío y amplio; conteniendo algunos buenos momentos de Picasso y Matisse en su colección permanente, el Musée d’art moderne de Paris se rejuvenece y brilla de nuevo al hospedar la más grande retrospectiva que Europa haya visto de Jean-Michel Basquiat (Nueva York, 1960-1988) así como una amplia retrospectiva del fotógrafo y realizador Larry Clark, quien en blanco y negro retrata los tantos colores de la adolescencia.

Basquiat siempre me ha parecido un hombre simple, poco educado, de ideas sencillas y escasas, que supo vestir su mundo de una estética cautivadora. Basquiat es el niño problema que se las arregló para vivir demostrando que su rebeldía podría llevarlo lejos. Cuando muy temprano se le acabaron las ideas, los excesos de una vida simple terminaron con él. Basquiat no tenía demasiado que decir, sus temas eran escasos, poco explorados y repetitivos, vestidos de una iconografía infantil; pero el mundo figurativo que creó, impregnado de una imaginería infantil, es sumamente cautivador.

La simpleza de Basquiat tiene la valentía de la que carecen tantos para llevar lo suyo adelante, para mostrarlo, para tener ese arrojo. Basquiat fue y se condujo como un superestrella, como un auténtico rockstar: sin demasiada sustancia pero con mucho brillo. Aun así, Basquiat tiene momentos de una sutileza conmovedora. No encuentro mejor ejemplo de esto que “Maurice”, la que yo considero su mejor obra.

Las obras de Jean-Michel Basquiat son como él fue en persona: irresistibles, con una fuerza poco común, de una simpleza multicolor y a la vez caótica, confusa, abrumadora.

                                                Foto: Reuters ("Maurice" es la obra de la derecha)

Larry Clark (Tulsa, Oklahoma, 1943) es un obseso de la adolescencia. Al tema le ha dedicado su obra entera. Clark entiende como nadie a los adolescentes y como pocos se escandaliza y se encuentra irremediablemente atraído por su confusión, por sus excesos, por su impulso autodestructivo. Si su serie fotográfica de culto “Tulsa” fue un devastador retrato de lo que fue crecer aburridos en la época inicial de la libertad sexual y las drogas en un pueblo anodino de los Estados Unidos, la retrospectiva para el Museo de Arte Moderno de París es una profundización de la estética del exceso y el libertinaje.

Las fotos de Clark son un precedente y una continuación de aquella cinta con la que se hizo popular y con la que alertó el mundo adulto de los poderes de la adolescencia: “Kids” (1995). La exposición Kiss the Past Hello invita a conocer los motivos del obsesivo lente de Clark, y a seguirlo desde el primer momento en que tuvo contacto con el mundo de la fotografía hasta la serie en la que trabaja actualmente y que tiene como sujeto principal a Jonathan Velasquez y las andanzas de un grupo de chicos latinos en Los Ángeles cuyo destino más probable será una tumba prematura.

La exposición logra mostrarnos que la adolescencia es una etapa lúbrica, estética, hermosa, intensa, una idealización de los desconocido que nos lleva a fascinarnos con lo prohibido y, más veces de las necesarias, a dejar la vida en ello.

Es en la adolescencia cuando hacemos nuestro primer pacto con la vida, un pacto que llega en un momento en que no podemos comprenderlo, un momento de abandono en el cual tejemos las paredes de nuestro propio laberinto, sin estar equipados bien a bien para ello. La adolescencia es un momento de soledad que resulta bello y sublime: nunca seremos tan hermosos como fuimos entonces, nunca el mundo nos quedará tan grande sin que estemos conscientes de ello, nunca más tendremos la fuerza y la voluntad para ir en contra de algo que no entendemos.

La inocencia de la adolescencia es la pureza rota por un vértigo interno.

Una selección de las imágenes del proyecto Tulsa:



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