14 de julio de 2012

Se parece tanto a lo que queda del amor


Pareciera que el amor es un compendio de colores que se va haciendo con los días; colores que son la luz sobre algunos objetos que con la repetición de los días van siendo mirados en el momento preciso en que las cosas reposan. Es desde la quietud de los ojos que se forman los colores del amor.

Y será que lo propio del amor es también irse. A veces los colores del amor se van de a poco, después de que la luz del sol les dio por demasiado tiempo y se fueron haciendo viejos como una fotografía llena de tiempo; otras veces es que se volvieron opacos a fuerza de polvo y de permanecer inmóviles. Otras veces, algo viene a estrellar al amor recién formado: una acción, una fuerza, una violencia irreparable que sucede de un momento a otro. Cuando el amor termina repentinamente es cuando duele más porque cuesta ver tanto color de pronto sin abrigo, tanto color desperdiciado y huérfano de sitio. El desamor es eso que llega un mal día y nunca se va del todo. Y es que no hay manera de borrar el desamor lo mismo que el olvido es un cuento del que nos convencemos para intentar seguir viviendo. Entonces, lo que queda del amor es para siempre el instante después de la estampida. El desamor es el amor trunco que se ha quedado para siempre a la deriva, es amor desperdigado, amor a destiempo, amor sin cauce que sólo perdura reconocible por lo inútil de su brillo.









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