16 de febrero de 2011

True Grit y lo demoledor de la venganza



True Grit (Joel & Ethan Coen, 2010) es una exploración acerca de los confines de la venganza; un poderoso alegato acerca de su carácter devastador. La venganza es un viaje miserable hacia un terreno árido y desolador; es una aventura animada por un impulso de retribución que termina por dejarnos en trozos: en ruinas andantes, en un espectáculo de lo que fuimos y que deja para siempre petrificado, a veces con signos en la piel, el paisaje de un agravio.

La venganza es una aventura indigna de la que no hay retorno. La venganza no llega ser siquiera el desolador paisaje de una tarde de lluvia incesante, ni oscuridad pura, ni un callejón sin salida. La venganza es resignarse a no dejar de caminar nunca un sendero que no lleva a ninguna parte y que nos devolverá la repetición, en un lejano eco, de palabras que ya no tienen significado. Vengarse es resignarnos a escuchar una cantaleta vacía para siempre; caminar en un laberinto de espejos con nuestra sombra acechándonos a cada paso.

Cuando nos embarcamos en busca de venganza, nos enteramos que el que nos ha hecho daño nunca termina siendo el adversario formidable que nos imaginamos. Su insignificancia es demoledora para nuestra sed y nuestra rabia: no vale el abismo al que nos hemos aventurado. El que ha sido capaz de dañarnos de forma tan contundente, no merece recibir la fuerza más oscura de nuestro corazón; esa fuerza que es también producto de una profunda labor de amor. Aventurarse en el laberinto de la venganza merece quizá la pena solamente cuando el adversario es digno de esa imaginación, ese temple y ese arrebato. De otra suerte, estaremos entregando nuestro impulso más humano a alguien indigno de conocerlo.

El camino de la venganza rara vez se hace en solitario. Siempre existen compañeros y cómplices que terminan recorriendo ese sendero ajeno, resultando también heridos, confundidos y solos. Su compañía en esta misión puede obedecer a la lealtad, al amor, a la solidaridad o al sentido de la responsabilidad. Quizá simplemente se embarcan en ella para satisfacer impulsos propios, buscando cobrar oblicuamente lo que la vida les ha quedado a deber.

Buscar venganza es no ser tibios, es salir a buscar lo nuestro; tomar el destino en nuestras manos. Pero también es la profundización de un agravio que, por más imperdonable que sea, nos termina dejando la vida en descampado, al intemperie, sometidos para siempre al vaivén de una furia que ahora sí no se irá nunca. La venganza es no poder, no saber y nunca más olvidar aunque se quiera. Vengarse es atarse a una presencia que no se irá jamás. Ojalá tengamos la suerte de ser cobardes y nunca salir a vengarnos de nuestros fantasmas más crueles para, por fin un día, poderlos poner a descansar.

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