Así como la felicidad y la tristeza vienen un momento, la poesía necesariamente es un momento y la fotografía es ese momento mismo: retratar un instante para después verlo de nuevo con ojos de tristeza, con ojos de alegría o con ojos de melancolía: con otros ojos. Dependerá también mucho de la música que estemos escuchando cuando esas imágenes nos lleguen de otro momento a este mismo. Así se construye un puente entre un momento que se ha despeñado hacia otro que se construye al llegar a un sitio nuevo, ante otros ojos que lo ven de nuevo.
Casi todo aquí es el indicio de una melancolía, la estética del momento, los colores agolpados en los objetos más diversos. Poética del detalle, poética del momento, armonía en el acomodo de colores que fabrican sensaciones nuevas a partir de momentos dispersos. Como en un derrumbe. Imaginemos que la montaña que visitamos a diario, aunque sea sólo con la mirada, un día cualquiera se precipita, volcándose hacia delante y hacia atrás y hacia los lados. Un poco hacia el cielo también. Intentemos luego reconocer la montaña de siempre en los fragmentos miles que han quedado tendidos como un puente quizá hacia el mar, quizá hacia la ciudad, quizá hacia otra montaña que ha quedado incólume. Para reconocer a la montaña que ahora es ruina, debemos recuperar sus trozos de tierra y de todo e intentar imaginarles instantes y arreglarlos por colores y verlos de nuevo. Este es el ejercicio de imaginar un puente donde antes había montaña.
Así nos sucede también cuando la vida nos va desmoronando. Cada traición, cada lágrima, cada amargo momento del desencuentro, es un trozo que perdemos de esa idea que somos nosotros mismos. Si alguien quisiera reconstruirnos, haría falta un alquimista, un psiquiatra y un fotógrafo. De un momento a otro ya no somos el mismo, porque la vida nos va deshaciendo y va reinventando, con fuerza y fiereza, la idea que somos. Por mi parte, quisiera encontrar los pedazos perdidos de mí mismo y arreglarlos por colores, por intenciones, por lágrimas, por olvidos, por risas, por gozos, por encuentros. Mientras me riego por la vida, espero encontrarme a mí mismo hecho otra cosa, retratado de miles de otras formas en el futuro de mí mismo.
Así encuentra Alex Dorfsman en los objetos perdidos, los instantes de otros miles de sueños que han quedado rotos o desperdigados por tantos otros lados, celebrando la vida, o llorando el olvido, hastiados de abandono, decorando paisajes que no eran el que una vez soñaron, ni al que pertenecían; objetos huérfanos en paisajes ajenos, hechos de nuevo en el instante en que alguien los miró. Esta es una de las ideas que envuelven This Mountain Collapsed and Became a Bridge.
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