Un apresurado recuento de los últimos días en París me llevan a transcurrir entre los intentos de un sol tímido en salir y un viento un poco menos adverso. Las imágenes corren por todos lados: desde la exposición colectiva Fresh Hell (Cristina Lucas, Ana Mendieta y otros) en el Palais de Tokyo,
hasta la extraordinaria revisión que la Maison Européene de la Photographie hace de su colección permanente en la exposición "Autour de l'Extrême ", explorando lo que no se ve del proceso fotográfico y que empuja los límites sociales, morales y de lo estético, donde lo que más me conmueve son los retratos de Arbus, Avedon y Frank; una faceta que no conocía de Ansel Adams, volver a ver la serie "Tulsa" de Larry Clark, y conocer por primera vez lo macabro en el ojo de Joel-Peter Witkin.
Foto: Richard Avedon
Emociona mucho encontrarse de nuevo con Gabriel Orozco en el Centre Georges Pompiodu y ver todo lo que de él más me gusta:
Así como conocer ahí mismo a Arman, de quien sin duda Orozco y Ortega han tomado más de lo que confiesan.
También volver a la lectura de arte femenino de la colección del Museo Nacional de Arte Moderno en la exposición elles@centrepompidou; y encontrase de nuevo con Ives Klein y Jesús Rafael Soto.
Ver por primera vez presente a Richard Avedon en la colección permanente del Museo de Arte Moderno:
Foto: RIchard Avedon
Encontré especialmente divertidos y bizarros a los artistas contemporáneos rusos en el espacio medieval del Musée du Louvre en la exposición “Contrepoint”. Entre ellos, destaca la hilaridad de Komar y Melamid, quienes crean “La obra favorita de Rusia”:
y “La obra más odiada de Rusia” con base en una encuesta que pregunta sobre colores favoritos, sujetos favoritos en una obra, tamaño, forma del cuadro. A la derecha, en azul, la que sería la obra más gustada según la encuesta. Al parecer el naranja, la abstracción y las pinturas con textura gustan poco a los rusos.
Así transcurre París, su cafés, sus perpetuos días grises y su noche azul. Se camina entre los cada vez más omnipresentes esténciles que caminantes invisibles van pegando en sus paredes:
París es siempre un poco árido, un poco solitario, otro poco nostálgico, siempre encantador y propicio para caminar con uno mismo, conversando con todas las sombras.
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