En domingo, las cosas y los parques reposan de forma distinta bajo la luz de la tarde. El domingo es, a veces, una forma de la quietud, de escuchar nuestros pasos contra la piedra, de ver al instante desmoronarse entre hojuelas de tiempo iluminado.
Quizá la verdadera vocación del domingo sea terminarse; el día se va haciendo paso a través de sí mismo. El domingo tiene siempre prisa de ser otra cosa, de olvidarse, de dar paso a lo nuevo. El domingo es una pausa y un recomienzo que se resume a veces en calma, a veces en angustia, a veces en quietud. Las horas del domingo son siempre interiores; el domingo es el día que se vive desde dentro.
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